(Rosemberg Pabón, líder comunitario, corregimiento La Pelona)
Por Clara Téllez y Edgar Campos, enviados especiales a la región Montes de María
Por medio de la voz y de las manos, la comunidad del corregimiento
La Pelona de San Onofre (Sucre), narra sus vivencias y teje sus sentimientos.
Ya es casi medio día y en una grande olla hierve lo que será un
suculento plato conocido como olla comunitaria. Para los “cachacos” como nos
dicen a los que venimos fuera de la Costa “del interior del país” (no importa
si somos de Bogotá o de Pereira), es un provocativo caldo de costilla. Pero para
ellos significa mucho más: es unión, es paz, es construcción de lazos
familiares. No importa si no llevan la misma sangre, lo que importa es que son
vecinos, amigos y tienen muchas cosas en común, entre ellas: la violencia de la
que fueron víctimas, el desplazamiento que tuvieron que enfrentar y el retorno que les
regresó la motivación para vivir y trabajar en sus parcelas.
“Estas son las ollas comunitarias, aquí la gente trae sus huesos,
su plátano, su arroz. Las mujeres cocinamos y aquí nos sentamos a compartir”,
comentan quienes han llegado a la casa de Emilse Gómez, líder comunitaria y
directora del centro de producción radial “Voces y Sonidos de los Montes de
María”.
Dentro de un kiosko, rodeado de niños, patos,
perros, gatos, gallinas y uno que otro vecino de la comunidad que llega,
saluda, se sienta y comparte con nosotros, Emilse y sus hijas, acomodan sillas
y exponen unas telas tejidas por ellas. “Nosotros recuperamos el derecho a la
palabra”, explica mientras nos muestra los telares. “Acá estamos nosotros
llorando el asesinato; acá cuando nos llevábamos nuestras cosas – las que
pudimos sacar - en el carro La Mencha”, se refiere al desplazamiento del que
fueron víctimas.
“En esta sábana tejemos los sueños. Conseguimos
esto para ir contando lo que nos pasó, para irnos sacando los malos recuerdos.
Hubo pérdida moral, perdimos la esperanza de vivir. Nos desplazamos para San
Onofre, Venezuela, Barranquilla, quedé con 5 niños, vivíamos hacinados”.
Y es que los telares se han convertido en la
forma de expresarse, de desahogarse, de proyectarse y de divertirse.
“Decidimos retornar porque a nuestros hijos no los miraban bien.
Nos desplazamos 54, regresamos 27 y aquí viven 18, los otros viven en las
parcelas. Conseguimos esta casa, tocamos puertas, nos ayudó la Alcaldía, lo que
fue Acción Social que hoy es el DPS. Conseguimos la sala, la cocina, la
terraza, la pieza y el baño. Aquí vivimos 4 nietas hijas de mis 3 hijas, más el
nieto varón. En total vivimos 15”, comenta.
“Nos organizamos en cooperativa multiactiva agropecuaria de La
Pelona. Teníamos un lago, lo recuperamos para cultivar en el. Dimos una cuota
de mil pesos para la comida, lo limpiamos entre todos. Tocamos puertas.
Cultivamos tilapia plateada. Luego nos enteramos de convocatoria para 3 hectáreas
de plátano asociado con ají picante, pusimos la mano de obra. No conocíamos que
venia un centro de producción radial para la Pelona, no sabíamos qué era eso.
Ahora gracias al centro nos conocen en otras partes. Hemos llegado hasta allá.
Hoy hay personas que vienen desde el Carmen. Me veo formada, una persona. Me ha
ayudado toda la comunidad y ahí vamos”, nos explica esta líder comunitaria.
Según los habitantes, la historia del pueblo se
remonta al año de 1948. En esa época, mientras en la capital de Colombia, miles
de seguidores del entonces líder político, Jorge Eliecer Gaitán, lloraban su
asesinato y se desataba una cruenta guerra de colores; en el norte del país,
más exactamente en la región de los Montes de María, en un terreno del
municipio de San Onofre (Sucre), empezaba a crearse este corregimiento que hoy
se conoce como La Pelona.
Sus líderes y nativos esperan poder
fortalecerse, que llegue la luz para que contribuya con su desarrollo y que
esta zona vuelva a ser el lugar de paz que algún día fue para educar a sus
hijos.
Ya es hora de partir, pero antes, una mujer de
unos 80 años, con una fuerza y vigor sorprendentes, quien no ha dejado de
espantar a los patos que pretenden comerse algo de mi plato de comida, nos
regala un dulce de plátano que preparan en la zona con panela y ñame.
Definitivamente sin palabras. No hay nada como la sazón de estos pueblos, como
el cariño que en segundos nos ofrecen estas comunidades y con lo bien que se
siente estar aquí.
CT
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